Cada persona en su lugar

José Antonio García Trabajo

El orden se encuentra en la base de una buena educación. La ubicación exacta del alumnado en clase, una orla con los profesores del centro ordenados por antigüedad, la resolución de conflictos tras expresar de forma explícita los sentimientos o la confianza mutua entre familia y docentes son ejemplos de los órdenes básicos que pueden facilitar el proceso de enseñanza y aprendizaje.

Para mi labor directiva y docente ha sido fundamental descubrir que la base para que cualquier sistema funcione correctamente es que dicho sistema esté en orden. Al decir “orden” me refiero a que cada uno de sus miembros esté ocupando el lugar que le corresponde y desempeñe sus funciones con eficacia y responsabilidad, lo que supone reconocer la jerarquía.

Esto es aplicable tanto al sistema familiar como al escolar. Por lo tanto, el orden, entendido desde este punto de vista, se convierte en un pilar fundamental de todo sistema educativo.

La pedagogía sistémica me proporciona las herramientas adecuadas para mantenerlo o restablecerlo dentro de la escuela, ya que me permite abordar los asuntos educativos desde un punto de vista sistémico, es decir, ir más allá de los sucesos para ver los patrones de actuación y aquellas estructuras subyacentes que los producen.

Las leyes de los órdenes

¿Cómo podemos mantener o restablecer el orden aplicando la pedagogía sistémica en la vida escolar de nuestros centros?

La respuesta es simple: con sentido común y naturalidad, aplicando las leyes de los órdenes del amor, tal y como se plantea en el artículo que introduce este Tema del Mes. Voy a utilizar, para ilustrarlo, algunos ejemplos prácticos en situaciones concretas que se han dado en el desarrollo de mi labor directiva y docente.

Soy profesor de Educación Musical en un centro rural agrupado (CRA) y, en casi todas las localidades, el aula donde imparto mis clases es diferente a la de la tutoría, por lo que, con mis alumnos, tenemos que desplazarnos a veces a otro edificio. En el trayecto siempre había problemas, era un caos (carreras, voces, etc.), así que probé múltiples fórmulas que funcionaban bajo la coacción durante un tiempo. El primer orden en cualquier sistema organizacional es la antigüedad: “el que llega primero tiene prioridad”.

Antes de salir de la tutoría, el alumnado forma la fila: el primero, el que nació antes, y el último, el más joven.

Es asombroso cómo cada niño respeta su lugar y no permiten que ninguno ocupe el que no le corresponde; el orden es natural y la “disciplina” se asienta con respeto y sin imponerla, ya que los mayores guían a los más pequeños.

Trabajo muy a menudo en círculo, sentados en sillas o de pie. También había probado múltiples estrategias (chico-chica, chicos juntos-chicas juntas, por alturas, etc.), pero a la larga el orden duraba poco y se hacía complicado efectuar algunos ejercicios que requerían el contacto físico. Ahora la colocación es sistémica: el que nació antes siempre está a la derecha a partir del profesor. De este modo a mi derecha siempre tengo a los más pequeños, pudiendo atender mejor sus necesidades. Desaparecieron los problemas de “no quiero estar al lado de éste o de ésta”; el lugar se acepta como el adecuado y en este orden mi labor se desarrolla con más facilidad.

La pedagogía sistémica nos muestra que la función de los equipos directivos es apoyar a los profesores, que la del equipo psicopedagógico del centro es colaborar con el director y el jefe de estudios para facilitar las tareas docentes a los profesores, que la de los profesores es estar al lado de los profesores, y que la de los alumnos es estar al lado de sus compañeros y compañeras.

En nuestro centro confeccionamos una orla de profesores y una por cada localidad con el alumnado. La novedad estriba en cómo se refleja el orden en ellas. Todos estamos ordenados por antigüedad:

  • En la de los profesores: en la fila superior están los jubilados que fueron de nuestro CRA; en una segunda, el director, el jefe de estudios, la secretaria y el orientador, y en una tercera fila, todos los profesores, primero el más antiguo en el centro y en último lugar el más nuevo.
  • En la de las localidades: en la fila superior estamos el director, el jefe de estudios, la secretaria y el orientador y todos los profesores que imparten clases a esos alumnos ordenados por antigüedad en el centro; debajo, los alumnos en filas ordenados según su nacimiento, primero en sexto, luego en quinto, y así hasta Educación Infantil.

Todas las orlas están colgadas en el pasillo de entrada de la cabecera del CRA, y cada localidad tiene la suya. De este modo estamos reconociendo la labor que hicieron los profesores que nos precedieron, y sobre esos cimientos edificamos nuestro trabajo actual; mostramos que el equipo directivo apoya y respalda al claustro de profesores, y la ubicación de cada profesor y la de los alumnos, apoyados por ellos. Esto tiene un efecto beneficioso para la vida de nuestro colegio.

Un clima relajado

En este sentido, y a pesar de que una lectura superficial de estas reflexiones y prácticas podría hacernos pensar que están mediatizadas por un cierto conservadurismo, todas estas intervenciones desde el orden generan un clima relacional mucho más relajado, que favorece, sin lugar a dudas, un cambio significativo en el rendimiento escolar, así como en la autonomía, en la creatividad y en la responsabilidad, tanto de los alumnos y alumnas como del profesorado.

Por otra parte, la pedagogía sistémica nos permite abordar las situaciones de conflicto desde otro punto de vista. Pondré dos ejemplos:

Dos niños de Educación Primaria –uno de sexto y otro de segundo– irrumpen en mi despacho, muy enfadados, acusándose mutuamente. Se han insultado, haciendo referencia a sus madres y a sus familias.

Después de escucharlos les pido que se coloquen de pie uno frente al otro y les sugiero unas frases para que se las digan mutuamente: “me ha molestado mucho lo que ha pasado, estoy muy enfadado”; “me siento mal por lo que te he dicho”; “tu familia no es mejor que mi familia y mi familia no es mejor que tu familia”; “lo siento”. Una vez dichas las frases, les pregunto si es necesario seguir con el asunto que les ha llevado a mi despacho. La respuesta es negativa y surge un abrazo espontáneo entre ellos. Vuelven al recreo y continúan jugando. Muchas veces basta con reconocer los sentimientos que se generan en una situación de conflicto y expresarlos para que el asunto que lo ha producido deje de actuar. A través de las frases se restablece el orden entre iguales y la solución es posible sin mayores traumas.

Un niño de segundo de Educación Primaria está muy inquieto y se distrae con facilidad, interrumpiendo la marcha de la clase constantemente. Le llamo la atención varias veces pero nada lo calma. Le pido que se acerque a mi mesa y le digo: “sólo necesito a un niño, a ti, a los demás no les doy clase; ¿tiene sentido para ti esto que te digo?”. Me mira y me dice que sí, vuelve a su mesa y continúa trabajando sin causar ningún problema. Cuando acaba la clase se acerca y me dice: “¡Gracias!”.

Mirar desde el punto de vista de la pedagogía sistémica significa que cuando enseñamos estamos viendo a los alumnos con sus padres detrás: no sólo hay quince alumnos en una clase, hay muchas más personas. En Occidente tenemos una imagen prefijada de cómo deberían ser los padres, y nos olvidamos de que no somos ideales, somos los mejores e imperfectos a la vez. Si el profesor actúa teniendo presente este principio, todos los alumnos son buenos y sus padres también, y generará confianza en las familias. Este respeto y esta confianza mutuos son las bases de una buena educación.

Los padres, desde su lugar, colaboran y confían en el centro y en los profesores, y nosotros confiamos y colaboramos con ellos. Éste es otro de los órdenes básicos. En mi labor directiva he podido comprobar que muchos conflictos entre alumnos y profesores, o entre padres y profesores se solucionan solos restableciendo los lazos de confianza mutuos entre nosotros y las familias, sin tener que recurrir a sanciones o a buscar culpables. Una buena frase de los padre a sus hijos sería: “tu profesor es el mejor profesor que puedes tener, por eso hemos elegido este colegio para que estudies”, y del profesor al alumno: “he hablado con tus padres y son estupendos”. Frases como éstas ayudan a solucionar conflictos, mejoran las actitudes personales y facilitan el proceso de enseñanza y aprendizaje, aspectos fundamentales en lo que se refiere a la tarea de la escuela y de los maestros.

García Trabajo, José Antonio (2006): «Cada persona en su lugar”, en Revista Cuadernos de Pedagogía, no. 360, pp. 68.

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